miércoles, 26 de agosto de 2009

Un paseo portuense







septiembre 2007. Mi destino, como el del Douro, desemboca en Porto, una ciudad que siempre he sentido mía. Recreamos la vista con los mosaicos de la estación de ferrocarril y recorremos las dos orillas del Duero, resignado a fundirse con el Atlántico con su mezcla de acentos y uvas. Caminamos por las empinadas calles del casco viejo lleno de edificios que van perdiendo lustre y ganando encanto. La ciudad es agradable, al igual que sus gentes y su gastronomía, enriquecida con aportaciones de las colonias.

1 comentario:

  1. Me fui a Londres y me enamoré de una portuguesa de Porto. Intenté buscarla pero nunca la encontré

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