martes, 11 de agosto de 2009

I Rally Sihanoukville-Koh Kong en furgoneta







octubre 2006. Nuestro último día en Camboya lo pasamos en la carretera. La tripulación de la Hyundai en la que recorremos los casi 200 kilómetros que nos separan de Tailandia la componen el capitan de la nave, experto conductor que dejaría en ridículo a más de un "cuatrocuatrero" con su habilidad para deslizar la furgo por las roderas del barro y superar todo tipo de obstáculos con tracción trasera, su mujer y un conglomerado multinacional de 12 pasajeros entre los que se encuentran un par de camboyanos que viajan en segunda clase, sobre la baca, protegidos por el equipaje y una lona para eludir los chuzos de punta.
La carretera se encuentra en obras desde hace una década, sin asfaltar, sin puentes y con unas pendientes considerables. Las paradas las marca la máquina o el río. "Camboyinen" repara una de las ballestas reventadas por el peso con la ayuda de un machete y un trozo del tronco de un árbol. En un par de ocasiones nos apeamos para sacar la furgo del atolladero asegurando la tracción en una pendiente en la que nos hemos quedado atorados.
Nuestros "queridos" compañeros descienden de su cómodo trono a regañadientes, negándose a colaborar pues consideran que han pagado para no hacerlo y criticando a quienes padecen a diario el suplicio de hacer cada viaje en clave de aventura. Siete horas y tres ríos después llegamos al final y felicito al conductor que me responde con la última de las sonrisas que me brindará este especial país.
Algunos lugareños ofrecen marihuana a los viajeros a escasos metros de la frontera. Me preguntó quién estará tan loco para hacer semejante "compra" en un sitio tan comprometido como éste. Tras mostrar mi pasaporte en la aduana y pisar de nuevo suelo "Thai" vuelvo la vista hacia atrás, en el espacio y en el tiempo, tratando de retener una última imagen de este amable rincón.

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